Mi chica encontró esta novela abandonada debajo de sucios libros en remate, apilados en una tabla. Qué golpe de suerte comprar una Anagrama por solo tres soles (poco más de un dólar) También lo es que se trate de una novela cuyo argumento no me habría despertado interés, ni finalmente agradado, apenas unos años atrás, cuando las prioridades eran otras y no me rondaban pensamientos como la familia, la pareja y los hijos.
Tenemos que vernos podría ser alguna película mediterránea, de hecho desde el inicio comparten ese mismo tipo de ánimo. Lectura amable, sí, mas no complaciente. Triste a medida que avanza. Todo ocurre alrededor de una editora en jefe que disfruta descubriendo talentos literarios en su país, sintiéndose responsable del prestigio ganado. Es, con seguridad, lo único que tiene parecido a la felicidad. Los hijos están cada vez más a su aire y las diferencias con su marido, esas que al principio le parecían tolerables y hasta atractivas, se han ido acentuando hasta convertirse en tedio cuando están bien y propician la evasión mutua cuando están enfadados. La venta de la editorial y la cercanía al nuevo jefe le disparan preguntas que ambos esposos han evitado durante años, y tratado de cubrir con un bienestar ilusorio que nace en el lugar donde veranean año tras año. Sentimiento que va desgastándose a medida que pasan las estaciones. El libro está dividido en ellas cuatro, partiendo del otoño, más un epílogo donde una confidente propicia nuevas y amargas reflexiones.
No es una novela perfecta. Siento que tiene algunos errores, como usar el nombre de la protagonista para adjetivar algunos objetos. Las dos únicas voces diferenciadas, la de narradora que finge saberlo todo y las continuas llamadas telefónicas de Clara, se confunden a menudo dándonos una sensación de que María Tena, autora con amplia experiencia en el campo literario, educativo y editorial español, describe al detalle una etapa propia, algo que se empeña en negar (solo a medias) al final del libro, lo que me parece otro error tremendo (el argumento, en realidad, nace de una historia contada por una amiga) Varios personajes no tienen grandes matices y algunas situaciones se desarrollan demasiado pronto o de plano no lo hacen. Con cierta frecuencia también se vale de frases gastadas ("hay recuerdos que no se borran nunca", "la vida es impredecible"). Pero también se las arregla para transmitirnos reflexiones acerca del jalar y ceder que es la vida en pareja; para transmitirnos una sensación de melancolía urbana además de los avatares de la dinámica actual de algunas editoriales (mis partes favoritas); lo curativo de las vacaciones y lo determinante que suele ser la familia y su recuerdo durante la niñez. Lo mejor del libro es cómo va creciendo en Clara el miedo y la incertidumbre, la ilusión y el desengaño, y la manera en que todo ello se relaciona con la edad y las decisiones mal tomadas. El final, eso sí, no es lo sorprendente que asegura la contratapa sino más bien una triste resignación.
No quiero ni tendré una vida así, y este libro me lo recuerda.
Tenemos que vernos
María Tena, 2003
Anagrama, 2003
184 páginas, rústica