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viernes, 22 de mayo de 2015

MEMORIAS SÓNICAS: HISTORIAS EN SIETE PULGADAS (2013)

"El entusiasmo y la pasión son un tipo de naturaleza que tiende a crear cosas hermosas, o a explicarlas de una manera muy intensa y muy sincera. Me interesa muchísimo más un tío hablándome de hípica, emocionado, que un patán hablándome de los Who, sin ninguna emoción y recitando clichés."

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Con las excepciones de honor, cada vez me tomo menos en serio cierta crítica musical. Y no porque no me guste leerla (¿a quién no le gusta echarse unas risas?), sino porque no me identifico con ella mucho que digamos. Su falta de personalidad hace que textos y firmantes sean intercambiables entre sí. Basta echar un vistazo a la sección musical de nuestro diario decano o al portal de actualidad de tu preferencia para identificar algunas de sus taras: ¿por qué debería bastarme la retahíla de influencias que mencionan (quizá copiada de alguna crítica extranjera, quizá porque hicieron bien la tarea) para hacerles caso y escuchar el disco que recomiendan, si esas mismas influencias se encuentran en cientos de otras bandas contemporáneas a la que reseñan? ¿Dónde está lo nuevo, si lo hay, o por lo menos lo que hace la diferencia? ¿Y ese afán de no quedar mal con nadie? ¿Y qué tiene que ver conmigo (y con muchísima otra gente, faltaba más) que un disco sea "seminal" o "importante"? ¿Discos básicos en la colección? ¿Por qué nuestras colecciones deben basarse en riffs calcados, letras impersonales o sinfonías rock con cero emoción y mucha pasividad?

Tampoco quiero alinearme en el bando contrario, el de la prosa de bloguerismo auto-indulgente y pueril, ese que solo se mira al ombligo y celebra cosas que no importan absolutamente a nadie, limitándose a enumerar sin contexto que valga la pena (los consabidos "oh, qué triste estoy", "soy tan único y especial", etc.). Solo digo que si hablamos de objetos emocionales, ¿no podemos mostrar también un poco de emoción siquiera? Sé muy bien que hay otras tantas personas que prefieren las enciclopedias, las "historias del rock", las líneas de tiempo con principio y fin que nunca se superponen, las marcas de instrumentos y el escándalo. El problema es que ambos enfoques no coexisten y parece haber solo una manera aceptable de escribir sobre música (similar a como hablaríamos de medicinas, por ejemplo), que no permite alterar el canon y su pedestal de dudosas vacas sagradas. Y quien rompe con ello es tildado de poco riguroso, polémico, fanático o fanzinero.

Felizmente de un tiempo a esta parte la balanza parece haberse movido un poco a favor de los que buscamos experiencias más cercanas a nuestra condición de fan, en lugar de la mera acumulación de información y datos (importantes, siquiera para repetirlos en bares y comentarios de facebook) Como antecedente ahí están las vívidas crónicas de Lester Bangs y el imprescindible Awopbopaloobop Alopbamboom, vigente a pesar de haber sido escrito en 1969 por un Nik Cohn de apenas veintidós años. En los últimos tiempos se han sumado, entre otros y con resultados variables, el breve pero intenso Cosas Que Empiezan Por O de Kevin Pearce (uno de nuestros libros favoritos), Giles Smith y su entrañable Lost In Music, y el divertido e iconoclasta Mil Violines de Kiko Amat (a quien pertenece la cita al inicio de este comentario) A tan digna lista sumamos ahora Memorias Sónicas: Historias En Siete Pulgadas, publicado por Contra, casa editorial que ha sabido balancear ambas maneras de enfocar nuestras canciones y bandas más queridas con cada una de sus publicaciones (la traducción al español de Lost In Music también fue editada por ellos)

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Nacido por iniciativa de Ramón Rodríguez, voz y compositor principal de una banda tan necesaria como The New Raemon (hace unos meses lanzaron uno de los mejores LPs en lo que va del año), estamos ante un libro coral en el que participan veintitrés músicos españoles contemporáneos, contándonos acerca de sus discos más especiales. El resultado es más que estimulante. Y variado, dada la heterogeneidad de los álbumes seleccionados. Quién imaginaría, por ejemplo, que la cantante folk María Rodés ansiaba ser una Spice Girl junto a sus amigas de primaria. O que nuestro bienamado Refree, aquel orfebre de pop costumbrista y exquisito, defiende el Appetite For Destruction de Guns N' Roses con la misma capa y espada que tenía a los once años, cuando lo escuchó por primera vez. Los estilos elegidos al momento de echar a volar las palabras también son diversos, y por lo mismo no siempre muy logrados. Especialmente cuando se recurre a cierto aire onírico o de pretensiones poéticas, como lo hace la insoportable Maika Makovski con el Everybody's In Show-Biz de los Kinks y Javi Vega (de Maga) en el Pink Moon de Drake. Tampoco logran despegar aquellos que se conforman con describir y defender canción por canción; una pena innecesaria en el caso de El Último De La Fila, pues no hace falta que nadie nos convenza de lo grande que es Enemigos De Lo Ajeno. También se opta por construir conversaciones cotidianas donde el disco es apenas la música de fondo (Initials B.B. de Gainsbourg), o pequeñas ficciones con las canciones dirigiendo el accionar de los personajes (la sexual y casi inverosímil Live From A Shark Cage de Papa M). Hay hasta ejercicios de desdoblamiento, como el practicado por Ricardo Vicente (ex Tachenko y La Costa Brava) para el primer LP de The Band.

Los mejores resultados, sin embargo, llegan de la mano de los recuerdos de la adolescencia, o de cómo esta música, estos discos, sirvieron para hacer amistades eternas, conocer mejor a nuestros seres queridos o empezar a componer canciones propias. Casos como el de Ramón Rodríguez, cuyo amor por Sunny Day Real State le ha llevado no solo a conocer a sus músicos favoritos sino a convivir y tocar en directo con ellos, están narrados con tanta lealtad... O tanto respeto y cariño familiar, como el mostrado por Ricky Lavado (Standstill) cuando escucha el enorme Mediterráneo de Serrat junto a su hermano ("yo cuando canto esa canción no imito a Serrat, imito a mi padre") Aquí es donde el libro alcanza las cotas más altas y su razón de ser. Entre todos ellos, mis favoritos son dos textos muy diferentes en comparación pero escritos con sabiduría, nervio y gracia: Juan & Junior, por Francisco Nixon; y The People Who Grinned Themselves To Death de los Housemartins, por Nacho Vegas. Al primero le basta apenas tres historias mínimas y cotidianas para demostrar el gran ser humano que fue Sergio Algora durante los pocos años de vida que estuvo entre sus amigos, dándolo todo de sí antes que un paro cardiorrespiratorio lo volviera eterno. Cero sensiblería y sí mucha belleza. Respecto al segundo, es un puñetazo a las pretensiones de dos generaciones, la movida ochentera y el indie noventero español, que no quisieron inmiscuirse demasiado (sobre todo ésta última) en los problemas reales de su propio entorno. A diferencia de sus modelos foráneos, que con mucha magia popera y letras comprometidas (más no panfletarias) le cantaban más de una verdad a toda la clase dirigente. La (auto)crítica de Nacho Vegas es realmente como para ponerse de pie y, si eres músico, hacer algo al respecto (demás está decir que te hará pensar en lo vivido y escuchado de un tiempo a esta parte por estos lares)

Tenemos aquí veintitrés memorias (ilustradas por el mismo Ramón) que no se agotan con una primera lectura, no solo por la frescura y calidad literaria que puedas encontrar, sino también por ese name-dropping que tanto nos gusta. O más bien veinticuatro, si consideramos (y debemos) el prólogo de Miqui Otero, elegantísimo caballero a quien admiramos sin rubor por sus conocimientos y la gracia y entusiasmo con que los transmite. En todas, todas estas historias, hay por lo menos una frase sugerente que pinta de cuerpo entero a los que tratamos con material emocional intenso como los discos y, en general, con todo este asunto de la música en sus diferentes frentes (grupos, mixtapes, coleccionismo, viajes, amor) Por eso a veces me pregunto por qué hay gente que busca evitar esta clase de conexión entre canciones y personas, recuerdos o lugares. Pobres. Creen que están poniéndose a salvo, que están siendo listos evitando futuros arrepentimientos, cuando en realidad solo se niegan a enriquecer sus emociones. Quizá deberían dedicarse a coleccionar estampitas. Ya lo dicen en alguna parte de este libro: "tienes que ser imbécil para huir de la belleza como un prófugo de la sensibilidad".


Memorias Sónicas: Historias En Siete Pulgadas
Contra Ediciones, 2013
276 páginas, rústica

lunes, 9 de febrero de 2015

LAS POSTALES DE JENS LEKMAN

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Este año Lekman vuelve con un nuevo LP. Sin embargo, a inicios de enero nos contaba que como compositor había emociones y pensamientos que no resistían todo el proceso creativo. Que hay grandes posibilidades en que algo deje de ser importante de una mañana a otra, lo cual a veces no es justo. Fue entonces que nuestro sueco favorito hizo una promesa de año nuevo: sentarse una vez por semana, durante todo el 2015, a componer una canción para preservar esas sensaciones en el tiempo (subiéndolas a su cuenta personal de Soundcloud). Luego de de tres álbumes y varios EPs y singles, es gratificante saber que busca nuevas maneras de estimular su creatividad imponiéndose un plan de trabajo tal. Pero a pesar de la alegría de saber que tendríamos una canción nueva de él por semana, yo desconfiaba de que pudiera lograrlo. Después de todo (eh, tú, Sufjan, no mires a otro lado) no es el primer compositor en dejar de lado un proyecto de esta clase.

Y véanlo, véannos ahora. Febrero casi acaba y tenemos ya seis postales, que así prefiere llamarlas él. Y todas son una belleza. Unas más, otras menos, pero todas tienen el encanto de lo cotidiano. ¿Cómo es posible que no use alguna de ellas en su nuevo disco? Estamos hablando de 52 canciones nuevas. Dos o tres seguro irán a parar al próximo álbum, ¿pero y las demás? Las melodías brotan de este señor, no hay duda.

Y todas tienen su marca, esa que tanto nos gusta. Los pianos lánguidos y solitarios de aquellos lejanos cortes del "Oh You're So Silent" en Postcard #1, diciéndonos que estas canciones son "como marcadores de libros en el tiempo, como migajas de pan". O describiéndonos una tarde en el parque con samples y toques jazzy en la #2. La tercera Postal, en cambio, resultó de algo mucho más especial como un pedido para tocar en una boda. ¡Jens entonces dedicó su nueva canción a los novios! Dos australianos que "sencillamente se despertaron un día y decidieron que el sol es aburrido" y terminaron casándose en Jukkasjärvi, una de las localidades más frías de Suecia (famosa por su hotel de hielo) "Si el amor puede sobrevivir aquí, entonces el amor puede sobrevivir en cualquier lugar". Qué envidia.

La cuarta Postal es mi favorita hasta el momento. Un accidentado viaje en bus (con truenos y todo) como catalizador de recuerdos que van quedando atrás, saliendo de diferentes partes del cuerpo y los sentidos (rimando cortex con gortex con vortex) La melodía es bellísima pero resignada, acompañándose otra vez de un piano y suaves vientos. Es una lástima que dure tan poco. En Postcard #5 narra las sensaciones que le dejan las giras y lo que creía de ellas cuando empezó a hacer música. No puede evitar pensar en todos los pequeños lugares que no ha visitado, lejos del circuito de los festivales y las ciudades principales. Así que propone tocar donde sea siempre que lo inviten. "Livingroom Tour" lo llama, y al final de la canción nos pide que le escribamos a su correo si queremos que toque en nuestra sala, el jardín de un amigo, o en la biblioteca.

La última de las postales hasta el momento es otra de mis preferidas. De los samples que usa, el de la banda sonora de Interstellar nos da la clave de la canción. Tal como lo hace el protagonista de la película, Jens deletrea en morse las palabras "I Miss You". ¿Pero cuántos de nosotros sabemos código morse? Así que al instante se deja de rodeos: "te extraño, te extraño, te extraño".

Te extraño...

Te extraño...


Sí, nuestro corazón podrá estar roto, pero aún quedan cuarenta y seis postales más que nos hagan compañía una vez por semana. "Entonces al final de este año podremos sentarnos tú y yo y escuchar todas estas 52 canciones, y recordar dónde estábamos y cuándo, y a quién besamos y a quién perdimos. Estoy deseando llegar a eso." Yo nunca quise llegar a eso, Jens. Pero ahí estaré de todas formas.

Postcards
Jens Lekman, 2015

lunes, 19 de enero de 2015

BELLE AND SEBASTIAN - GIRLS IN PEACETIME WANT TO DANCE (2015)

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Cuando supe que Belle And Sebastian lanzaría un nuevo trabajo no sentí lo que cabría esperar de un fan enamorado de sus primeros cinco álbumes. Sucede que han pasado ya más de diez años desde el último de esos cinco. Calibraron nuevas influencias, adoptaron métodos diferentes de trabajo, ni siquiera hicieron ascos al loudness war. Tal y como tienen ellos todo el derecho de probar nuevos caminos y sonidos, yo por mi parte les daba la espalda sin ápice de culpa (y con cierta pena) mientras buscaba belleza en otras bandas y canciones. Así funciona para mí. Pero nunca les he perdido el rastro del todo. Quizá (no, quizá no, de hecho) por ese pasado sus nuevos LPs aún podían generar expectativa y, lo más importante y la razón por la que aún no les negamos el saludo, todavía lograban emocionarnos en contadas ocasiones (¿tres o cuatro cortes por disco nuevo, tal vez?). Me refiero en concreto a "I Did't See It Coming", la BELLÍSIMA canción de Sarah Martin con que empieza su penúltimo disco. No podía quitarme su melodía de la cabeza, la ponía a todas horas, se la dediqué a mi por entonces novia, veía una y otra vez el videoclip. Era dulce, frágil, había en ella una esperanza emanando a borbotones. ¿Por qué diantres, se preguntarán ustedes a punto de dejar de leer esto, hablo de una canción de hace casi cinco años? De lo que tendría que estar contándoles es acerca del nuevo disco de nuestra (ex) banda favorita de Glasgow. Sucede que, lo crean o no, gran parte de las intenciones de este fresquito Girls In Peacetime... pueden explicarse con el make me dance I want to surrender que como un mantra no deja de repetir Murdoch a medida que la canción avanza y mientras no para de bailar en el clip promocional.

Son esos versos los que repite antes de empezar con The Party Line, el primero de los avances del nuevo álbum, en el Festival de Pitchfork de octubre del año pasado. Se trata de una presentación reveladora. Si bien nunca fueron reacios a moverse sobre el escenario y hacer del concierto una celebración, lo que se ve son diversos y numerosos juegos de luces, gigantes siluetas danzantes como fondo de escenario, sintes a mansalva y constantes golpes de platillo similar a cualquier clímax discotequero. Aunque ahora la canción me encanta, lo primero que pensé fue si era otro remix, similar a los incluidos en el recopilatorio The Third Eye Centre. Buscando más canciones nuevas doy con Enter Sylvia Plath y viene el espanto. ¿Es Belle And Sebastian, la intro de un videojuego noventero o la alarma de un Nokia? La escena se repite pero es todavía peor: Stuart Murdoch lleva una keytar.

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Pocas semanas después era el turno de Nobody's Empire, segundo adelanto con vídeo y todo, y para entonces ya sabíamos el título del LP y la imagen de portada. Lo que nos lleva al otro tema del disco: la política. Incluso toda la banda se fotografía sosteniendo los diarios escoceses del 18 de septiembre, día del referendo para independizarse de Inglaterra (Glasglow fue una de las ciudades con mayor porcentaje de voto a favor, aunque finalmente ganó el "NO"). Murdoch se apresura en matizar: "Alguien tratando de hacer un disco político es alguien haciendo un disco aburrido. Es lo que la gente hace cuando ha renunciado a la vida y el romance". Ambos elementos están muy presentes en toda la carrera de Belle And Sebastian, incluso en proyectos fuera del grupo como God Help The Girl, la película que Murdoch escribió y dirigió el 2013. También lo está en este disco desde la primera canción, la ya mencionada Nobody's Empire. Se trata de su composición más personal a la fecha, contándonos de sus profundos problemas de salud durante la adolescencia, sus visiones a medida que sanaba, lo que lo llevó a componer canciones y cómo perdió al amor de su vida (así es, aún no olvida ni olvidará jamás a Isobel Campbell) Confieso que no vi mayor gracia al principio y no volví a escucharla hasta que se filtró el álbum completo.

Tras escuchar estos doce cortes uno entiende mejor lo que quisieron transmitir. Es de agradecer que Belle And Sebastian, y en especial su compositor principal, sigan interesados en los mismos personajes: jóvenes atribulados con el sexo, sus discos, libros, y la negación a crecer. No es para nada un disco político pero ahora intentan (intentan, dije) describir además cómo la política afecta la burbuja propia de la edad. Y han querido aunar tal sensación con el escape que ofrece el baile. No siento que lo hayan logrado del todo. Ambas ideas parecen desentendidas una de la otra a medida que avanza un disco por ratos demasiado largo (62 minutos en edición normal) Quizá lo logren al cien por cien algún día y para ello vuelvan a cambiar de productor. El elegido para este álbum fue Ben Allen (quien ha trabajado con Deerhunter, Washed Out, CeeLo Green y Animal Collective), responsable de casi la totalidad de beats y sintes en este trabajo. Donde se le nota más es en la controversial Silvia Plath. Como ya les dije, no caí en ella desde el principio. ¿Qué importaba que se tratara de la notable escritora norteamericana? Eso no hace mejor a una canción pop. Pero olvidaba que de eso se trata finalmente. Y en este disco no encontrarán nada más POP que esto.

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Definitivamente es la primera mitad del álbum es la que más me gusta. Nobody's Empire (líneas como "Si vivimos por los libros y vivimos por la esperanza/¿eso nos hace dianas para los disparos?/Ahora te veo, eres madre de dos niños./Eres una silenciosa revolución" es de lo más bonito en lo que va del año), el cuento de alienación llamado Allie, la fiestera The Party Line (que en una radio de aquí duró varios días en el top del ranking), la dulce The Power Of Three, The Cat With The Cream con el gato como lo único puro y digno en un hogar lleno de gente horrible, Enter Silvia Plath homenajeando el Eurodisco. De lo que sigue no podría decir mucho ya que suena derivativo por momentos. Ever Had A Little Faith, por ejemplo, es una canción de la época Tigermilk/Sinister... a la que no encuentro mérito para haberla rescatado. Today es, como todo mensaje de paz, soporífero al igual que The Everlasting Muse y su confusión de ideas. Solo Sarah Martin y la potente The Book Of You (bajo retumbante, solo de guitara) más el dueto de Murdoch con Dee Dee Penny de las Dum Dum Girls en la saintetiennesca Play For Today logran despertarnos, ésta última durante más de siete minutos que casi ni se notan.

Rechacé este álbum en un principio, ahora me gusta más que antes. Y para eso, felizmente, no tuve que darle tantas vueltas. Pero lo que queda es la misma sensación de hace años. Buenas canciones, bastante disfrutables, y otras de las que me voy a olvidar el siguiente mes. No he vuelto a enamorarme, pero Girls In Peacetime Want To Dance mantiene la atención sobre ellos. Con el rabillo del ojo, todavía.

Girls In Peacetime Want To Dance
Belle And Sebastian, 2015
Matador Records