jueves, 14 de mayo de 2015

TORO Y MOI - WHAT FOR? (2015)

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Acercarse a los treinta no solo es tardar más en sobreponerse a las resacas o ver cómo tu línea capilar se va replegando con los años. ¿Qué estabas haciendo tú a los 28? Y, sobre todo, ¿qué pensabas? Chazwick Bundick parece haber llegado a esa edad en la que vuelves a recordar el colegio, los primeros conciertos como espectador, la simpleza de escapar un fin de semana al campo. Y es que desde los 22 años, poco tiempo antes de graduarse como diseñador gráfico, ha ido formando parte cada vez más de la electrónica independiente de primera línea, a tal punto que se le considera (junto a Neon Idian o su compañero de clases Washed Out) como responsable principal de la chillwave. Toro Y Moi, su proyecto unipersonal, nació como música electrónica generada por software de computadora casera a la que también añadía sampleos. Si uno revisa las fotos o vídeos de aquellas presentaciones tempranas encontrará a un chiquillo reproduciendo su música en vivo tal y como la había creado en su habitación: a solas rodeado de varios teclados y una PC. De ahí en adelante: giras, promoción en radio, entrevistas, festivales y toda actividad consecuencia de editar discos a los que muchos fans y portales especializados prestan atención. También fue sumando colaboradores en directo hasta conformar la banda que ahora le sirve de apoyo. Y con ellos ha terminado de dar forma a este cuarto disco.

El cambio es notorio. Bundick había trabajado en cada LP con nuevos sonidos (para él, claro), adaptando estilos diversos, pero la base seguía siendo netamente electrónica. Ahora, desde el saque, las composiciones parten de guitarra, bajo y batería. Un esfuerzo integral de banda que a primera vista podría parecer un cambio drástico en su dinámica de trabajo pero que no lo es tanto si consideramos que ya en sus primeras grabaciones (algunas de ellas disponibles en la compilación June 2009) el músico de Carolina del Sur hace nacer sus canciones sampleando instrumentos tradicionales mientras toca la guitarra. Por eso decíamos al comienzo que parece echar de menos aquellos primeros años de formación y experimentación musical. El resultado es su álbum más retro, algo que en él ya es bastante decir, con aproximaciones a géneros setenteros como el soft rock menos convencional (el Something/Anything? de Todd Rundgren, por ejemplo) y el soul más espacial (Shuggie Otis, o aquellos momentos más plácidos del Light Of Worlds de Kool And The Gang como Summer Madness y You Don't Have To Change) Y acomete toda esta nostalgia con lo aprendido hasta la actualidad: sigue siendo Toro Y Moi.


Si los treinta y seis minutos de What For? se disfrutan de un tirón es por la importancia que la melodía tiene en sus diez canciones. Cortes pop a la manera tradicional, lleno de ganchos reconocibles y estribillos. Empty Nesters fue el primer adelanto y es ya para nosotros fuerte candidata a mejor single del 2015. ¡Qué canción para más encantadora! Con una estructura basada en guitarras y sintetizadores, y un ánimo tan evocador que hasta cita a Weezer en la letra ("No hay nadie que destruya tu suéter") Curiosamente, es esa misma nostalgia ya no musical sino temática el principal problema del disco. No solo en título sino ya desde el comienzo del álbum, un sonido de motor en marcha que va ralentizándose, podemos advertir cierto escapismo emocional. Pero Bundick duda entre preocuparse del futuro o seguir añorando sus recuerdos y parece optar por no comprometerse demasiado con nada y nadie, solo vivir el instante y dejar que cada quien interprete a su manera unas letras por ratos demasiado vagas. Esta falta de compromiso resta peso emocional a lo que escuchamos. No es música superficial, desde luego, pero sí de una levedad que si llega a buen puerto es solo por el oficio, competencia y frescura de la banda y el propio Bundick. Un ejemplo muy claro es la bailable Spell It Out, adicitva en su toque constante de guitarra y falsetes en las voces pero con una letra que fracasa en su intento de profundidad debido a preguntas cada una más pueril que la otra.

Aún así, los momentos disfrutables son muchos más. En What you want, el primer corte, la confusión emocional se percibe como sincera ("sé paciente conmigo, no soy bueno manteniéndome al día") en sintonía con la banda. La ya mencionada Empty Nesters es encantadora no solo en su divertido clip promocional sino en su espíritu exultante lleno de vida ("whooo") y tarareos irresistibles. Y nunca antes Toro y Moi habían sonado tan llenos de soul como en The Flight y Lilly. Sobre todo en la segunda, ideal para cerrar los ojos y abandonarse por completo a este arrullo espacial con algo de desazón ("Ella es la única que él conoce, el resto de su cuerpo viéndola partir / Cada día es como este, ninguno lleva a ninguna parte") Half Dome, Run Baby Run y Yeah Right, las tres últimas canciones, ayudan a inclinar la balanza a favor del álbum. No solo en sus sonidos más evocadores y acogedores sino en la esperanza que estos transmiten. La promesa de que todo va a estar bien. "Tienes tantas cosas que hacer / Duerme mientras puedas / No puedo esperar a tomar otra decisión / Tal vez sabremos lo que queremos para entonces".

What For?
Toro Y Moi, 2015
Carpark Records

domingo, 3 de mayo de 2015

LIONEL SHRIVER - BIG BROTHER (2013)

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Big Brother es, en la superficie, una novela acerca de cómo la comida se convierte para muchos en un insano sustitutivo de la felicidad a falta de experiencias gratificantes e imperecederas dentro de una sociedad cada vez más alienada ante el éxito y la perfección corporal. En un nivel más profundo, describe con gran inteligencia y humor la relación que se construye a través de los años entre miembros de una familia consanguínea y política. Demostrando así que "familia" y "seres queridos" no significan siempre lo mismo. Nos habla, además, del desgaste emocional que suele significar asumir a los nuestros en tiempos difíciles. O no. Porque es un juego de posibilidades, también, cuyas consecuencias no siempre estamos dispuestos a asumir.

Edison en un pianista de jazz neoyorquino caído en desgracia que visita a su hermana Pandora en un condado campestre de Iowa. No se han visto en cinco años y el shock no puede ser mayor: Edison ha añadido 101 kilos más a los 73 con los que ella lo recordaba y no tiene intenciones de dejar de comer. Para mayor problema Fletcher, su cuñado, es un nazi de la alimentación saludable. Llega un punto en el que Pandora, ante el ultimátum de su esposo, debe decidir con quién quedarse. Y ella elige a su hermano. Porque siente que la necesita más, porque está harta del éxito descomunal pero vacío de su empresa de muñecos personalizados parlantes, porque siempre se sintió inferior. Porque ambos aprendieron a cuidarse mutuamente desde niños. Especialmente desde la muerte de su madre y desde que empezaron a compararse con los hijos que su padre, un actor decrépito y ridículo, tenía en una serie de televisión de los años setenta que ya nadie recuerda. Luego de un patético incidente en el inodoro, Edison acepta el compromiso que le propone su hermana y juntos, durante un año, se imponen un régimen alimentario y de convivencia con el propósito de volver a su peso anterior. A Pandora esto sirve también para saber cómo Edison ha llegado a tal punto luego de tener una auspiciosa carrera en el jazz y darse cuenta que, más allá del resentimiento a su padre, una niñez particularmente apagada y la idealización del ser querido, su hermano es realmente un desconocido para ella.

La historia nace de una experiencia similar que sufrió la autora el 2009, cuando su hermano falleció por complicaciones derivadas del sobrepeso. "Yo tenía un piso en Nueva York, donde estaba hospitalizado y hablamos de la posibilidad de organizar la vida juntos, pero a los dos días se murió". La novela sirve entonces como exploración de lo que habría ocurrido si ella hubiese podido ayudarlo. De ahí que esté narrada por Pandora, la hermana, una especie de alter-ego de Shriver. Trabajado, eso sí, con la sutileza necesaria pues básicamente se trata de un personaje que suple sus limitaciones artísticas e intelectuales con una gran sensibilidad y capacidad de observación. Por eso no desentona que en una sola idea suya se unan las frases más trilladas ("el silencio fue tan denso que se hubiera podido cortar con un cuchillo", "el que no se siente seguro de su autoridad, no la tiene") con análisis poco comunes acerca de la ingesta de comida, la imagen personal, las relaciones de pareja y el amor fraternal.

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Pero esta no es una novela trufada de ideas sin respiro. Aquí los personajes se describen a sí mismos a través de sus acciones y especialmente conversando. Cada uno de ellos cuenta con sus propias jergas, modismos y maneras de pensar. La cena en la que Pandora invita a un amigo del trabajo, por ejemplo, muestra de manera brillante que los diálogos son uno de los puntos fuertes del texto. Tanto así que a veces sientes que algo se pierde en la traducción. Sobre todo cuando se trata de Edison, el más carismático del conjunto con su jive talkin' propio del mundillo del jazz, sus groserías y sentido del humor, y sus peroratas y refunfuños a géneros musicales, escenarios y artistas en general ("la mayor parte del mercado es para Norah Jones").

Baby Monótono, la empresa de muñecos parlantes para adultos de Pandora, es otra idea sugestiva que la autora parece usar para sí misma dentro de su propia novela. Este negocio consiste en la fabricación de muñecos a semejanza de personas reales, con una lista de frases predeterminadas elegidas por el cliente. De esta manera, el destinatario del obsequio ve reflejado en el muñeco no solo su aspecto físico sino también sus conductas cansinas o cargantes. La empresa es un éxito que da gran estabilidad económica a la familia de Pandora. No es descabellado pensar que Shriver haya usado entonces el personaje de Edison como su propio Baby Monótono en relación a su esposo Jeff Williams, profesor y compositor musical además de baterista de jazz, cuyas opiniones escuchadas una y otra vez en el ámbito conyugal habrían inspirado las frases más recurrentes de Edison: "Stan Getz me contrató por tres años", "el problema con Wynton Marsalis es que alimenta tanta nostalgia", "personalmente hecho la culpa a las escuelas de jazz", "debí tocar con Miles". No es difícil imaginar los buenos ratos y las risas que se habrán echado la pareja mientras ella escribía el libro. En lo personal, además, estoy de acuerdo con algunas de las otras opiniones que Edison suelta durante toda la novela acerca del jazz, las escuelas de música, la tradición y el elitismo (aunque me contradiga, creo, el hecho de haber escuchado una y otra vez el Cookin' y Relaxin' de Davies mientras avanzaba la lectura).

Si algo malo ha de tener Big Brother es el gran número de párrafos donde oraciones parten otras que a su vez parten otra más, afectando la fluidez. No cae en el estilo Lillian Ross del New Yorker (que tan jocosamente detalló Tom Wolfe en "Perdido en la selva de los pronombres relativos") pues, antes que la acumulación de datos, lo de Shriver es funcional. Sin embargo, que a veces nos haga recordar el ensayo de Wolfe no es muy positivo para el balance de la obra.

Con todo, no dudaría en recomendarla. Es una pena que no haya logrado dar el salto al cine como sí lo hizo "Tenemos que hablar de Kevin", el primer gran éxito literario de Lionel Shriver. Y es una molestia saber, por palabras de la escritora de 57 años, que Big Brother ha sido rechazada entre las personas con sobrepeso por considerarla ajena a esos problemas, porque "solo los gordos pueden hablar con propiedad acerca de otros gordos". Ellos se lo pierden. La actualidad de sus temáticas, descritas con inteligencia y mucha sensibilidad, y sus episodios de humor y tragedia, hacen de esta novela una de las mejores del 2013 (2014 en su traducción al español). ¿Qué propone al final? Pues un gran signo de interrogación. Un "qué habría pasado si" con el que todos, en algún momento, vamos a tener que cargar hasta el último de nuestros días.

Big Brother
Lionel Shriver, 2013
Anagrama, 2014
traducción de Daniel Najmías
400 páginas, rústica

sábado, 21 de febrero de 2015

LOS DISPAROS - HISTORIAS MÍNIMAS (2014)

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Hola, L. (se siente agradablemente raro volver a llamarte "Ele", los nombres con ele son los mejores) Hace muchísimo tiempo que no sé de ti y no pienso echarle la culpa al trabajo, las clases, ni a lo que sea que hayamos estado haciendo desde entonces. Tampoco a todas las personas que conocimos. Simplemente dejamos de vernos. Pero hace ya varias semanas que poco a poco vengo recordando algunas de las cosas de cuando éramos dos de una especie. Por ejemplo, cómo solíamos entusiasmarnos con cada descubrimiento. En la radio lanzaban una nueva que nos gustara y corríamos a contárnoslo, por lo general luego de varias horas e incluso días (no había ni celulares ni internet, al menos donde vivíamos) y el primero que la tuviera en cassette se la copiaba al otro. También era casi una ley compartir nuevos trucos de videojuegos y nuestros primeros libros. Todo era nuevo a pesar de las tantas limitaciones. Sin embargo, hay algo que he recordado por sobre todas las cosas: nuestras promesas. Estoy seguro que, como yo, con el tiempo las rompiste e hiciste unas nuevas. Que a su vez volviste a romper y pasaron cosas que te llevaron a juramentar de nuevo. ¿Pero qué es lo que se pierde en el camino y por qué duele tanto? Algunas de esas promesas, no solo las que hice contigo, he tratado de mantenerlas. Lo malo es que a menudo se ven y se sienten (sobre todo se sienten) como pines en un traje equivocado.

He recordado todas estas y otras cosas, creo, desde que escuché el single debut de los españoles Los Disparos en las primeras horas de enero. Había recibido el año con decepción, otra promesa rota de las demás que (sin saberlo yo aún) vendrían con el pasar de las semanas. Dejemos de lado el aspecto visual por un momento. Dejemos la diana mod de la carátula del disco (por cierto que hace ya varios años descubrí todo un mundo en el soul, lo mod, y derivados), dejemos la ropa a la medida y las scooters (¡espero tener una pronto!) del videoclip. Lo que me atrapó casi al instante fue cómo todavía se puede utilizar el pasado de base y catapulta hacia el futuro. Cómo el cambio de acorde necesario y el golpe de batería preciso aún es relevante si las palabras que las acompañan nos pintan imágenes que podamos abrazar sin rubor. Quizá es más relevante que antes, dado el panorama musical actual y la escasez de refugios que nos ofrece. Esto es música que habla de nosotros, de personas comunes y corrientes con grandes historias detrás. De noches de baile y promesas. De "un único lenguaje que entendiéramos tú y yo". De tardes de sol junto a amistades eternas que duraban lo que un curso del colegio. Del primer amor y la primera decepción, cuya pena sigue repitiéndose dos, tres, todas las veces posteriores porque tardamos en solucionar lo imbéciles podemos llegar a ser y perdemos personas en el intento de mejorar, cuando ya es tarde. ¿Entiendes ahora por qué este siete pulgadas se llama Historias Mínimas? Tengo que agradecer el boletín de novedades que Clifford Records envía al correo. Son ellos quienes los editan, y así fue como los conocí.


Pero no creas que todo esto se trata de mera nostalgia. No todo es Who o los Jam, ni power pop, aires sixties o mod revival. Hay de eso y a raudales, pero de una manera tal que también nos brinda esperanza. Escuchas estas cuatro canciones y sabes que las cosas irán bien. "Las páginas de esta vida podrían cambiar", "todo puede suceder", "hierve tanto la sangre por tus venas: señal de que no ha muerto la primavera", "lo que nos queda: DIGNIDAD" y tantas frases que nos aseguran que al final venceremos. Que depende únicamente de cuánto lo queramos. Si crees que exagero (después de todo hace tanto que no nos vemos, nuestros gustos ya no se complementan) escucha Héroes de Barrio, mi favorita del single. No oía una canción actual tan sentida y digna al mismo tiempo desde ya no sé cuándo. Con ese bajo preparándonos desde el comienzo para una melodía emocionante, llena de latidos de batería en compás con los de nuestros corazones, y de redobles que nos empujan a hacer cosas de una remaldita vez. Tan solo esa canción ya justifica la existencia del grupo y por qué se llaman como se llaman. Si la hubiera escuchado apenas salía el disco a la venta (a mediados de diciembre último, más o menos) la hubiese puesto bastante arriba de mi lista de fin del año. Ahora trato de remediar esa omisión poniéndola una y otra vez en el tocadiscos, a todo volumen.

La llegada del disco a casa fue algo accidentada pero tras unas cuantas semanas más de espera todo se solucionó. Si tienes oportunidad de verlos, hazlo. He visto presentaciones de ellos en youtube y es algo que me quedará pendiente experimentar en vivo. Mientras tanto seguiré compartiendo este EP con mis amigos (¿recuerdas a Jesús? me está ayudando mucho últimamente) y haciéndolo girar en casa y posiblemente en fiestas. Es parte ya de la banda sonora de este verano que se aleja junto a algunas personas. Solo espero que te encuentres bien allá donde estés y con quien estés. Como cuando éramos fuertes y sin nombre, persiguiendo sueños en un tejado, he vuelto a compartir un descubrimiento contigo y con quien sea que esté leyendo esto ahora. Ya no en cassette o por teléfono, obviamente, ni mediante discos quemados con portadas hechas a mano ni a través de dispositivos que unen dos audífonos en un viaje de bus. Porque hay momentos que nunca más regresan. Pero al menos no todo es malo: eso le deja espacio, mucho espacio, a momentos nuevos. No me siento del todo bien pero no es nada que no haya sucedido antes. Todo pasa. Tú y yo lo sabemos mejor que nadie.

Historias Mínimas
Los Disparos, 2014
Clifford Records

martes, 17 de febrero de 2015

CUANDO ESCUCHÁBAMOS RADIO

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Estoy de vacaciones desde el lunes pasado, así que aprovecho para hacer varias cosas. Algunas de ellas interrumpidas por mi rutina diaria de trabajo y relegadas únicamente a los fines de semana. Por ejemplo: continuar con la limpieza y el orden a fondo de mi cuarto. Botando cosas (papeles, en su mayoría) revisé unas cajas y di con el autógrafo que me hizo Toño de Libido en la puerta de Radio Comas al salir de una entrevista. La banda estaba en plena promoción del Hembra (su segundo disco) y esa misma noche darían un concierto en el por entonces nuevo local llamado Muelle Inn, a veinte minutos en carro de mi casa, también en Comas. Gracias a un concurso y mi participación vía telefónica, Toño y la radio decidieron regalarme una entrada para esa presentación. Solo había que hacerles un par de preguntas que ya ni recuerdo (en realidad sí, pero me da vergüenza) y entraba al sorteo. Como tenía planeado abordarlos cuando dejaran la estación, llamé desde un teléfono público a pocas casas de distancia, gastando más monedas de lo que me podía permitir. Pero valió la pena. Mi amigo Luis estaba conmigo y escuchábamos la entrevista desde su walkman compartiendo los audífonos cuando mencionaron mi nombre. Nunca antes había ganado nada, especialmente en las rifas del colegio. Tenía que pasar por ella en la tarde/noche, así que fui saliendo del instituto.

El concierto empezó casi dos horas después de lo que decía el boleto, horario que al parecer solo yo había respetado. No era la primera vez que veía a una banda en vivo pero sí la primera vez que se trataba de una completamente de moda y, digamos, fresca (a pesar de sus limitaciones) También la primera vez que estaba sin compañía y me tomaba un par de cervezas yo solo. Es probable que ya ninguno de los asistentes de esa noche recuerde este concierto, pero yo sí recuerdo que la disco estaba repleta (vi también un montón de conocidos, aunque no me saludara con todos), recuerdo la ropa que llevaba puesta (camisa blanca manga larga remangada hasta los codos, el reloj de mi viejo, un jean oscuro y mis zapatos/zapatillas favoritas), lo que bebí (dos botellas de Cristal) y hasta el setlist (en parte porque fue de lo más obvio, empezando con el single de ese momento y cerrando con su mayor hit) Aunque había demorado más de la cuenta, en casa no me dijeron nada. Dormí contento aquella noche.

Muchas horas antes doce o quince personas nos habíamos agrupado para abordar a Toño y Salim a la salida de la radio y nos den unos autógrafos. Uno de esos fans (a quien yo no conocía de nada) se ofreció a fotografiarnos por cinco soles. Luis y yo aceptamos, pero dudaba de si Salim saldría en la foto. Mientras firmaba unas hojas de mi cuaderno le había hecho una broma ("a este tío yo lo conozco pero no sé de dónde") que respondió con cara de culo. Pero cuando le pedimos que posaran ambos nos abrazaron como si los cuatro fuéramos de un equipo de fútbol, y miramos todos a la cámara sonriendo y haciendo muecas. Una foto realmente divertida en un mediodía precioso lleno de sol. No sé si el tipo la reveló o qué, porque perdí su teléfono y su dirección (era de Los Olivos) así que mi único recuerdo físico de aquel día es este papel firmado y el boleto del concierto. Los mismos que, como les contaba, encontré hoy en una caja mientras hacía baja policía en mi cuarto.

Ya no soy fan de Libido, aunque todavía me gusten varias de sus canciones. De lo que siempre seré fan, en cambio, es de la radio de mis días de adolescencia y la clase de ritos que traía consigo. Esperar horas escuchándola con el cassette listo para grabar LA canción (el techno fue mi northern soul, les hablaré de ello pronto), y rezar para que el locutor no la interrumpiera con su voz o con la cuña de la emisora. Anotar los títulos con cuidado, traducidos o erróneos en muchos casos. Ahorrar para comprar más cassettes y quedarte sin dinero para los conciertos. Llamar a la emisora para que te regalen entradas y disfrutar de lo que era uno de tus grupos favoritos. De eso, lo digo otra vez, siempre seré fan. Era el año dos mil y yo tenía pocos meses de haber cumplido los dieciséis.